Joseba Etxebarria
Arena roja y uniforme de gala | Sierra Leona

Llegué a la escuela en domingo, a última hora de la tarde…
Como suele suceder cuando llego a las escuelas una vez finalizadas las clases, me encontré con varios niños jugando a fútbol en un improvisado campo de arena. Les pregunté por el director con idea de pedirle permiso para pasar la noche en una de las destartaladas y polvorientas aulas. Hacía más de dos meses y medio que las fuertes lluvias nos acompañaban y se hacía imposible acampar sin un techo de fina chapa donde resguardarnos. Algunos de los niños salieron corriendo sin apenas haberme dado tiempo a terminar la frase. Minutos después, cómo no, mi buen amigo Abubakar llegaba con una gran sonrisa y un crecido escuadrón de chicos y chicas detrás suyo. Por supuesto, me dio permiso para aquella noche y las que me hicieran falta, pero además me lo confirmó mientras me invitaba a tomar, como buen anfitrión musulmán, el té. Charlamos un buen rato, principalmente sobre la situación de las familias de la zona. Delante, un sinfín de niñas y niños que llegaban de todos los rincones del pueblo. La noticia de que un hombre blanco con una gran bicicleta estaba en la escuela, había corrido por el pueblo como la pólvora. Todos escuchaban sentados a nuestro alrededor, sentados en la roja arena sin interrumpir la conversación. La mayoría sin quitar ojo a mi compañera y su abultado equipaje. Fue entonces cuando Abubakar me pidió que al día siguiente, antes de continuar ruta, explicara a los chavales desde dónde venía pedaleando y el motivo de mi viaje.
-Si a mí me impresiona, a ellos mucho más-, me dejó claro.
-Amigo mío, pero mañana es lunes y es festivo para vosotros-, le dije a la vez que aplaudía la iniciativa.
-No es problema. Mañana vendrán todos los niños encantados para escucharte-, me respondió.
Y así fue.
Habíamos quedado a las ocho de la mañana, pero una hora antes tenía cerca de una veintena de silenciosos niños pegados a una de las ventanas mirando, a través de los pequeños huecos, cómo recogía mi tienda de campaña. Fuera, pegado a la descuadrada puerta, un cubo grande con agua me daba los buenos días. Me habían preparado la ducha.
Fue una visita más entre muchas, pero en aquella la sorpresa fue que todos los chichos y chicas habían acudido a la escuela siendo festivo y con el uniforme de gala. Para ellos, mi visita era un honor y, además, todos querían salir guapos en la foto.
Venía de Freetown, donde se había iniciado la extensa lista de humillantes interrogatorios policiales a los que fui sometido por todo el sur de Sierra Leona, y mi motivación se había mermado considerablemente. La parada en esa escuela, sus niños y profesorado, consiguieron elevar esa motivación mermada desde mi salida de la capital.
Pocos días después, con nuevos interrogatorios en las espaldas, cruzaba la frontera con Liberia.
Sucedió en Sierra Leona en 2014.
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