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Foto del escritorJoseba Etxebarria

Marita - La emoción en estado puro | India

Llevaba pedaleados en India algo más de 3.500 kilómetros. Me encontraba en el sur del país y la idea era visitar la Fundación Vicente Ferrer, una organización española que trabaja desde hace más de cincuenta años con los más desfavorecidos en el Estado de Andhra Pradesh.

Llegué a la Fundación de noche, sin luces y sin que nadie me esperara allí porque no había avisado de mi visita con anterioridad. No pasaron muchos minutos hasta que Ana, la maravillosa mujer de Vicente, se me presentó dándome la bienvenida a Anantapur, ciudad donde está ubicada la central de la Fundación.

Vicente, marido de Ana y fundador de esta gran historia, fue, es y seguirá siendo una de las personas en las que baso cualquiera de mis valores y principios. El fue y sigue siendo un ejemplo para millones de personas.

Un año antes de mi llegada, Vicente había fallecido entre la más absoluta admiración del pueblo Indio y de medio mundo.

- Perdona por haber llegado un año tarde-, le dije a Ana.

- Nadie sabía lo que iba a suceder. Lo importante es que estás aquí y vas a poder conocer el legado que Vicente nos dejó-, sentenció.

Por aquél entonces yo tenía un blog, sencillo pero con mucha aceptación, donde escribía sobre mi día a día en el viaje.


Susana, una de mis buenas amigas en España y fiel seguidora, se enteró a través del blog de mi inminente visita a la Fundación y rápidamente me escribió un correo pidiéndome un gran favor...

-Joseba, desde hace cinco años tengo apadrinada a una niña de la Fundación Vicente Ferrer y su nombre es Marita. Cada año me envían una felicitación acompañada de un dibujo hecho por ella. También me envían puntualmente fotografías para ver su evolución, pero me haría mucha ilusión saber qué tal está, cómo es su día a día y si es feliz con su familia y su vida diaria. Por favor, ¿puedes hablar con quien corresponda en la Fundación para ver si puedes visitar a Marita y su familia, y contarme cómo es?-, decía claramente en el correo.

Aquella primera noche en Anantapur le expliqué a Ana que tenía una muy buena amiga que me había pedido el favor de intentar visitar y conocer personalmente a Marita.

-Has llegado en bicicleta hasta aquí y lo mínimo que puedo hacer por ti es lo posible para que conozcas a la niña y le des tu impresión a Susana-, me respondió Ana.

Por la mañana, a primera hora, uno de los guías que trabajan en la Fundación pasó a buscarme para llevarme a conocer a la pequeña y feliz Marita.

El guía hablaba perfectamente español y, a la vez que conducía el 4x4, me iba explicando cómo es la vida en aquella zona de India, el segundo Estado más seco del país y uno de los más pobres.

-Marita vive con su familia a unos cien kilómetros de la Fundación, pero es uno de los viajes que más me gusta hacer porque la gente de esa zona es increíblemente amable y hospitalaria-, me dijo con cierto grado de emoción por tener la oportunidad de ayudarme a conocer personalmente a Marita y su familia.

Jamás olvidaré aquél día.

Era la séptima vez que visitaba India, pero nunca antes había sentido la emoción de una experiencia similar, y puedo decir que tengo muchas vividas y bien conservadas en el corazón…

Llegamos a media mañana a la aldea donde vive la pequeña, pero antes de entrar le pedí al guía que parase un momento en la carretera porque necesitaba serenarme un poco. La emoción había formado un nudo en mi garganta que necesitaba deshacer, así que me bajé del coche y descargué la emoción que me tenía bloqueado desde la salida de la Fundación Vicente Ferrer. Marita era la razón de esta profunda historia y no podía permitir que mis lágrimas le arrebataran el protagonismo.

Desde el mismo momento que cruzamos frente a la primera casa, pude sentir que todo el pueblo nos estaba esperando.

Antes de llegar al hogar de Marita, el guía me indicó con el dedo cuál era. Conté seis casas al lado de la de la pequeña. En el centro de todas ellas había un espacio libre, como si se tratara de un lugar de juego y socialización de las familias que allí viven. Allí es donde el guía paró el coche. Enfrente nos esperaban varias decenas de personas, pero no conseguí localizar a Marita. La emoción era tal que le pedí al amigo que me diera unos segundos antes de bajarme del coche. De repente, vi a una niña hermosísima acercarse a nosotros. Era Marita. En sus manos tenía dos collares hechos a mano con multitud de flores de colores. En el suelo, sobre la arena, cientos de flores me daban la bienvenida. "Welcome Joseba”, se leía con absoluta claridad. Aún no me había bajado del coche porque me temblaban demasiado las piernas. Las lágrimas, en vez de paralizarme, me animaron a abrir la puerta y abrazar a Marita como si se tratara de mi propia hija. La pequeña me abrazó como lo hubiera hecho con mi buena amiga Susana. ¡Qué momento!

Después de más de un minuto de sincero abrazo, Marita me cogió de la mano y me llevó hasta la puerta de su casa para presentarme a sus padres y otros familiares que se encontraban igual o más emocionados que yo. Fue un momento único. Me atrevo a confirmar que se trataba de uno de los momentos más emocionantes que había vivido desde que salí de España hacía ya más de seis meses. Una vez había abrazado al resto de la familia, algo inusual en India, comenzaron a acercarse los vecinos del pueblo. Niños y mayores se sumaban al abrazo después de colgarme más y más collares de flores. Le pedí al guía que les tradujera unas palabras de agradecimiento, pero también que les dijera que yo simplemente era un amigo de Susana y que era ella quien estaba haciendo posible un cambio en la vida de Marita y su familia.


Vuelta al mundo en bicicleta. En el Estado de Andhra Pradesh conocí a mi gran amiga Marita y su familia, una experiencia que guardo en el corazón. Un viaje por el mundo en bicicleta en favor de los Derechos Humanos.
Junto a Marita y sus padres en su hogar

La Fundación Vicente Ferrer, entre otras muchísimas cosas, construye casas para miles de familias, y la familia de la pequeña era una de las tantas beneficiarias.

Me enseñaron la casa que habían convertido, con mucho amor, en un gran hogar. Se trataba de una familia feliz. Realmente feliz.

Marita es hija única, al menos por aquél entonces, pero como dijo ella, todos los niños de la aldea eran sus hermanos.

Estuvimos algo más de una hora en la casa, recibiendo las ofrendas de todo el pueblo que emocionado se había acercado a conocer al hombre que llegaba en nombre de las miles de personas que desde España ayudan a tanta gente. Estas fueron palabras textuales del guía.

Visitamos la escuela donde estudiaba Marita. Allí nuestra visita también fue una fiesta. La escuela al completo nos esperaba impaciente. Nos recibieron con un baile típico de la zona y más flores que tuvimos que cargar en el 4x4 porque ya no podíamos cargarlas sobre el cuerpo.


Durante su vuelta al mundo en bicicleta, el fotógrafo humanitario Joseba Etxebarria conoce a la joven Marita en el Estado de Andhra Pradesh. Un viaje por el mundo en bici a favor de los Derechos Humanos.
Marita junto a algunas de sus compañeras de clase

De la escuela, siempre de la mano de Marita, visitamos el pueblo y regresamos al hogar de la familia. Allí comimos y pasamos una tarde increíblemente maravillosa. Fotos y más fotos, sonrisas y más sonrisas de agradecimiento…

Por aquél entonces, una parte importantísima del proyecto, consistía en recoger los sueños de trescientos niños y niñas a través de sus propios dibujos. Los fui recogiendo, uno a uno, en cada país que visité entre España y Vietnam, donde finalizaba la primera parte de esta vuelta al mundo por los Derechos Humanos, al que, once años después, continúo entregado en cuerpo y alma.

Obviamente no podía marcharme de allí sin el sueño de Marita, así que desplegué sobre el mismo suelo todos los lápices de colores que cargaba en la bicicleta y una sola cartulina en blanco, al igual que había hecho con más de un centenar de niños y niñas durante los meses previos. Marita se encargó del resto y de allí salí con su sueño en trazos de colores.



Marita era entonces una niña feliz, realmente feliz. Una niña amada por todos los que la rodean. Una niña que aprovechó la oportunidad que le dieron para estudiar.

Como alguien dijo una vez, son las pequeñas acciones las que cambian el mundo.

Y tú, mi querida amiga Susana, eres un claro ejemplo de ello.


Desde estas líneas animo a ver la película desde este enlace para descubrir la increíble historia de Vicente y Ana Ferrer.


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