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- Joseph | Historias humanas en Sierra Leona
El aplicado Joseph, siempre con un libro en las manos Localidad: Port Loko Historias humanas en Sierra Leona. Conocí a Joseph en un orfanato de Port Loko, en Sierra Leona. Según él: Lo que más le gusta es comer pollo con arroz, pintar en la pizarra de clase (orfanato) y jugar con las canicas. Quiere ser profesor. Lo que yo observé: Come como si no hubiera mañana. En cuanto tiene un rato libre y no tiene en la mano las canicas con las que le encanta jugar, ojea cualquier libro. Suele llevar los platos de los demás al fregadero para comerse cualquier grano que hayan dejado. Es capaz de quedarse dormido de pie. Los demás chavales le adoran. Cuando tenía dos años, su padre le abandonó dejando a su madre sola al cargo de Joseph. La madre murió al año siguiente. Historias humanas en Sierra Leona, 2014. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Yo tengo un amigo de Bilbao | Diario de viaje en bicicleta | Marruecos
Diario de viaje en bicicleta. Miro a un lado y veo el último perfil de la Península, miro al otro y el contorno de las montañas me indica la entrada a un continente que terminará por transformarme a golpe de esfuerzo. Son muchas las ganas que tengo por descubrir el país vecino y mis ansias aceleran el ritmo del pedaleo en estas primeras horas en Marruecos. -Tranquilo compañero-, me quiere decir mi ya buena amiga Libertad con un nuevo pinchazo. Primero de esta vuelta a la aventura y el número treinta y cuatro de nuestro periplo por el mundo. Está claro que los dos días que Maravilla y la novata pasaron juntas, sirvieron de algo. -Tenemos el resto de vida por delante y Mohamed nos está esperando-, me aclara. Mohamed y Libertad en la zona de acampada El nuevo samaritano, como buen musulmán, se acerca al intuir problemas en la bicicleta del visitante. -¿Has pinchado?-, pregunta en un claro español. Mohamed ha trabajado, como otros muchos compatriotas suyos, en el país que un día cumplió con su sueño de recibir una oportunidad para sacar adelante a su familia a base de esfuerzo. Se movió por Galicia, Asturias y en La Rioja recogiendo uva, siendo ésta última la tierra que aún lleva en el corazón. -Veo que vas bien preparado-, me dice al ver todo el despliegue de material esparcido en su terreno. -Te queda una buena subida, la última antes de llegar a Tánger y se te va a echar la noche, así que, si quieres, puedes pasar la noche aquí mismo. La semana pasada acampó aquí también un inglés que regresaba de Sahara en bicicleta-. Antes de reparar la rueda trasera, mi primer amigo en el país magrebí, ya se había presentado con una gran torta de pan horneado por su mujer, mantequilla también de la casa y queso trabajado con sus ya cansadas manos. Todo ello acompañado por lo que sería, a partir de ese momento, la generosa excusa de un gran pueblo para abrir las puertas de sus hogares a un blanquito que viaja en una gran bicicleta; un té. Primera noche con la tierra africana bajo mi espalda, con vistas al estrecho de Gibraltar y en buena compañía. Primeras clases de árabe. De momento no puedo pedir más. En Tánger las estrechas calles son una constante La entrada en Tánger supuso el asedio al “turista”. -¿Un hotel barato? ¿Quieres comer bueno? ¿Me das un euro?-. Así que nuestro paso por la ciudad norteña duró menos que una gominola en la puerta de un colegio. Acampada y tiempo para reponer fuerzas en Marruecos A veintidós kilómetros de Larache y sin pegar ojo en toda la noche, me veo obligado a desmontar mi jaima en plena ventisca si no quiero terminar haciendo parapente en el Atlas, y antes de que amanezca ya estamos pedaleando cuesta arriba, empapados y ante la atenta mirada de los madrugadores vendedores de fruta que se reparten los metros de carretera durante nuestros primeros minutos de pedaleo. Marruecos siempre ha estado en mi agenda fotográfica pero, sin saber aún muy bien el motivo, nunca se había ganado la prioridad que sí habían conseguido otros territorios. La ruta atlántica es la que había preparado para seguir en el país debido al gran peso que mi compañera carga, pero en los primeros días ya me estaba arrepintiendo de no haber entrado en el Atlas convencido de que allí podía descubrir la otra versión de esta Tierra y haber comenzado a trabajar en serio. Son muchas las grandes autocarabanas europeas, en su mayoría antipáticos y maleducados franceses con aires de superioridad, que me cruzo o adelantan en la ventosa carretera, y eso, para un viajero que busca relaciones humanas y tranquilidad, nunca es bueno. Menos aún bonito. Pero pronto llegaríamos a Rabat y una sonriente policía sería la encargada de levantarme el ánimo. Con ella llegaron dos bonitos días y la tranquilidad hasta la frontera con Mauritania. Detalle de la ciudad de Rabat, capital de Marruecos Mi intención era entrar en Rabat para, de cabeza, acudir al consulado español a informarme sobre la posibilidad de sacar el visado mauritano en la misma frontera. Y así lo hice. Pablo, Pablete para los amigos, realizó una excelente gestión por teléfono con su colega encargado de los visados del próximos país que visitamos. Después de un buen rato de charla, me confirma lo que sospechaba. -Me dicen de la embajada de Mauritania que es imposible sacarlo en la frontera, debes hacerlo aquí en Rabat sí o sí-, termina diciéndome mientras mira de reojo y con ganas la portada de nuestro blog en la pantalla de su ordenador. -Importante lo que estás haciendo, Joseba. Cuídate mucho y suerte-, sentencia. Antes de emprender esta segunda parte del viaje, y entre la mucha información sacada de internet, me constaba que varios eran los que habían arriesgado a sacar el visado en la frontera mauritana y habían conseguido entrar. Y yo no estoy menos loco. Costa de Rabat Viajo en bicicleta y con una causa de peso, así que decidí que exprimiría al máximo el tiempo que me permita el visado de cada país. Por norma general, estos comienzan a contar desde el momento que te lo pegan en el pasaporte, no cuando te ponen el sello de entrada en la frontera, y yo acabo de entrar en Marruecos hace pocos días y me restan otros muchos. Esto quiere decir que si saco el visado en Rabat, para cuando llegue a la complicada frontera mauritana, éste ha caducado, los policías que allí habitan probablemente se hayan jubilado y tenga que pelearme con sus sustitutos para, después de pagar nuevamente la visa, entrar en el caluroso país. No queda otra; arriesgo y salgo de Rabat sin el visado en la mano, porque además, la aventura también forma parte de este viaje. Pero no, las cosas pueden cambiar en décimas de segundo… Junto a mi buena amiga Zineb en los mercados de Rabat -Hola ¿Hablas español?-, le pregunto a una policía a la salida de Rabat. -Hola. Lo hablo un poco-, me responde. -¿Por dónde voy mejor para coger la carretera de la costa?, no la nacional-, le vuelvo a preguntar aún con el gusanillo en el cuerpo por la aventura que nos espera hasta Mauritania tras la respuesta recibida en el consulado. -Puedes seguir por aquí a la izquierda, pero tienes que callejear bastante y te va a ser complicado llegar. O puedes retroceder y llegar directamente por una avenida-. Por su insistencia en la segunda opción, me queda claro que no quiere que ande dando tumbos por la capital. -¿De dónde vienes y a dónde vas?-, me pregunta sin dejar de regalarme una sonrisa tras otra. -Los policías aquí en Marruecos, la verdad, sois bastante simpáticos-, le digo con sinceridad. -Muchas gracias-, acompañadas de una nueva sonrisa-. -Soy de Bilbao y estoy dando un paseo en bicicleta por el mundo-. -Yo tengo un amigo que también es de Bilbao-, me deja claro, toda orgullosa. Es tarde y el sol se va a esconder en un par de horas, así que su aclaración pone en funcionamiento todos mis sentidos, ya un tanto adormilados. Antes de pestañear yo por cuarta vez, la impoluta funcionaria ya había llamado desde su móvil a Juan, el bilbaino. Me pasa el teléfono, hablo con el nuevo anfitrión dos minutos y quedo con él en la puerta del consulado español hasta donde se desplaza en taxi y desde bien lejos. -¿Hay alguna forma de que nos podamos ver luego otra vez?-, le pregunto a Zineb con mi pie izquierdo ya sobre el pedal. –Juan es vecino mío y es como de la familia. Luego nos vemos, sí-, termina diciéndome. El del Ondárroa, que no de Bilbao, es un tío grande en todos los sentidos. Sufrido pescador de altura desde los doce años, de manos trabajadas y corazón limpio. De esos que se ven con frecuencia en la tierra donde uno nació. -Joder, te he visto de lejos y sabía que eras tú-, le digo más contento que unas pascuas. Caminando y con una sonrisa de oreja a oreja, nos dirigimos hacia su casa. -¡Qué bien me está tratando mi buena amiga la vida en este viaje. Me presenta a los mejores!-, le digo. -Un placer conocerte, compañero. Aún no eres consciente del favor que me estás haciendo-. termino diciéndole mientras subimos y bajamos los descascarillados bordillos, a la vez que esquivamos a los locos taxistas. Tiempo para el café con Juan y Saida en su casa de Rabat, Marruecos En casa nos abre la puerta Saïda, la joven mujer de Juan que le mima tal y como merece. Y a la inversa. A partir de aquí, todo son insistencias para hacerme sentir como en casa. -Come más. Saca toda la ropa que necesites lavar. Date una buena ducha que te vendrá bien. Sigue comiendo. Siéntate y descansa-… Hasta que llega el momento que Juan me ofrece quedarme un día más. -Puedes quedarte mañana también y Saïda te acompaña a la embajada de Mauritania para sacar el visado-. -Amigo mío, si no tenías ya ganada una plaza en el cielo, seguro que esto te abre las puertas de una suite en él-, pienso. ¡Asunto solucionado! La sonrisa de la joven policía, no solo me cautivó, consiguió que el resto de mis días en su tierra, y en la ocupada por su gobierno, no los utilice para pensar en si tendría que dar un masaje a los policías mauritanos de la frontera para poder entrar en el país. –Libertad, podemos pedalear tranquilos-. Y hablando de la siempre risueña amiga, al timbre llama. Y a mí, una nueva sonrisa se me despliega en la cara. -Vamos todos a cenar a mi casa, con mi familia-, nos invita Zineb después de pasar un ratillo de lo más agradable en el salón. Si hay algo que realmente me apasiona de esta aventura que vivimos desde hace más de quinientos días, es fundirme con las familias y descubrir su día a día desde dentro de su hogar. Como fotógrafo, mis ojos no pierden detalle en esos casos y aunque no entienda ni papa, siento cada instante con la misma ilusión que un niño cuando toca la bocina que Libertad porta en uno de sus brazos. ¡Soy un privilegiado! En casa nos esperaban Jalit, el bonachón padre de Zineb, y sus hermanas Sofía y la cumpleañera Jaticha. Saïda, la mamá estaba en Casablanca cuidando de la abuela enferma estos días. Un verdadero privilegio vivir este tipo de momentos, por muy duros que sean en muchas otras ocasiones. Maravillosa hospitalidad en Marruecos. Con Zineb y familia en Rabat Por la mañana, Saïda consigue con su traducción que el casi siempre antipático funcionario que está al otro lado de la ventanilla de una embajada o consulado y que porque no le hayas entrado por el ojo intenta que tu viaje muera ahí mismo, me entregue el pasaporte unas horas más tarde con el visado de su país bien pegado él en una de las páginas y con fecha de entrada para el veinticinco de abril, y de salida tres meses después. Esto quiere decir que, si todo va bien, podremos pedalear un mes y medio por Mauritania en busca de historias humanas para, seguido, intentar hacer algo porque cambien a mejor. Bien por Zineb, Juan, Saïda, Jalit, Sofía, Jaticha y la otra Saïda; la mamá que trajo a las tres. Se os quiere, familia. Recuerdo que cuando conocí a Juan, sus primeras palabras fueron: -¡tú estas loco!-. Y en la cena del segundo día en su hogar, me dijo: -eres la persona más sorprendente que he conocido en mi vida, entre otras cosas porque viajas por el mundo sin hablar prácticamente idiomas. Y sigues adelante-. Pues sí amigo mío, pero el mérito es de las personas que habitan este maravilloso planeta, que me animan, empujan, y hacen lo posible porque consiga llevar sus historias a otros. Y por la mañana, continuamos rumbo a Sahara Occidental… Colores en los mercados de Marruecos Mohammedia, Casablanca, El Jadida… Un susto en la noche al salir de mi ¨jaima¨ para cambiar de agua al canario… Safi y Essaouria. Vemos los primeros camellos… Zineb me pregunta en un mensaje si no he encontrado más gente buena por el camino… Hussein me regala tres huevos, tres tomates, una cebolla y algo de aceite… Azoz, Jaafr, Mjid, Abd Rahmam, Abd Rahim y Mohmad, unos obreros de la construcción, me invitan a almorzar pan con aceite junto a ellos… Duermo debajo de un increíble árbol después de intentar charlar con un pastor de cabras… Llegamos a los veinticinco mil kilómetros pedaleados… Seguimos tragándonos todo el viento frontal que campea a sus anchas por Marruecos… Continúo con hambre hasta que el bueno de Lahcen Taouil me acoge en su hogar y me la sacia… Y por fin, en una parada a cubierto por los nubarrones que se nos venían encima, una sonriente pequeñaja se nos acerca para saludar. No hablamos el mismo idioma. Es más, no nos entendemos un carajo, pero la continua sonrisa en su rostro me contagia y nos fundimos en una charla silenciosa. Un breve momento, sumamente emotivo, me invita a abrazarla como si fuera mi pequeña. Mi joven amiga Atma itmet y su muñequita Atma Itmet (6) me recuerda, con su sonrisa contagiosa y su simpatía angelical, a mi ahijada Miranda, esa pequeña que tanto adoro. Así que, por su simpatía, porque la vida así lo quiere y porque yo también lo deseo, o sea, porque tiene que ser a ella, le entrego a mi nueva amiga el primer muñecote que Libertad carga en sus alforjas, la bonachona de Blanca creó y la familia de Un lápiz, un dibujo me entregó para hacer felices por un breve momento a un pequeño puñado de pequeños. El que teníamos destinado para alguien en Marruecos. La cara de asombro de Atma Itmet al ver semejante grupo de muñecotes desplegado sobre una vieja piedra de molino y poder elegir uno, me acompañará, a buen seguro, durante muchos kilómetros en esta apasionante aventura. ¡Hasta siempre amiga mía! Atardecer en Marruecos Y pasamos Tamri donde los frenos de disco comienzan a darme quebraderos de cabeza. Y llega Brahim con su té, un bocadillo de crema de cacahuete y su casa construida en la tierra que sus abuelos le dejaron y derribada ahora por la policía y el ejército. Y Fátima, una pequeña de diez años sin madre y con su historia de maltrato diario por parte de su padre al que no pude conocer personalmente porque se encontraba en Agadir. Aparece Amhl, que me abre las puertas de su hogar por una noche y sus compañeros de trabajo con no se cuántos tés. Inmensa la hospitalidad del pueblo bereber Y los bereberes Okmane, Said y Abdellah, siempre hospitalarios, se dejan querer en un pequeño y precioso pueblo un tanto desviado de nuestra ruta. Continúo retratando a la gente y grabando vídeos. Y llega El Hanafi, un sabio personaje de corazón abierto que trabajó por unos años en Canarias y habla un perfecto español. Con sus tés, quesitos en porciones, pan y tres huevos fritos que me lanzan varios kilómetros contra el siempre agotador viento frontal. -Vas a encontrar muchas jaimas de aquí en adelante y siempre vas a ser bien recibido en ellas-, me dice en la despedida después de aprovisionarme bien de agua de lluvia para el camino. Y llega uno de esos momentos que nadie desea, salvo los del otro bando… En ruta por el sur de Marruecos Hacía unos cuantos kilómetros que habíamos dejado a El Hanafi en su desgastado pero limpio café de carretera. Pedaleamos, en medio de la nada, bajo un sol que muchas y muchos veraneantes europeos desearían para su piel, con los quesitos en porciones, los tres huevos fritos y los tés, ya a la altura de los tobillos. No había pasado mucho tiempo cuando una destartalada furgoneta nos adelanta tan despacio que me da tiempo a ver como uno de sus dos ocupantes, el copiloto, fija su mirada en la cámara de vídeo que llevamos vista y con la que Libertad graba sus tomas en ruta. Puedo intuir cómo se relame el protagonista en cuestión. La furgoneta para unos metros más adelante, los suficientes para darme tiempo a pensar rápidamente y ponerme en alerta. El copiloto, ya en tierra, me cierra el paso. Tengo dos opciones: parar unos metros detrás de ellos, bajarme de la bicicleta y prepararme para el momento o intentar esquivar al iluso y jamás futurible reportero gráfico. Opto por la primera. Me paro unos metros por detrás y espero a que lleguen inclinado sobre Libertad y con el brazo derecho apoyado en el sillín pero con la mano libre para enganchar, llegado el caso, la barra que llevo en el lateral de mi compañera. El conductor, al que hasta entonces no había visto, tiene más pinta de gitano trapicheador que de marroquí. Un tipo sucio de ropa y de mirada. Y sin presentación alguna me dice que les dé la cámara de vídeo, la linterna que hasta ese día llevábamos siempre en el manillar por la falta de luz en los túneles y el teléfono móvil que suponían llevaba encima. -Ni la una, ni la otra, ni el otro os vais a llevar-, les digo en un clarísimo español, a lo que el chungo me responde echando la mano a la cámara. Un rápido manotazo que sorprende a los dos, es suficiente para darme tiempo a echar mano de la barra extensible que me regaló Sam en China. -Soy un serio problema para vosotros-, les digo en un idioma que sin llegar a entender en un principio, sí lo consiguen perfectamente al ver lo que les propongo. Veo como el otro mira la linterna y busca la forma de dar el tirón, pero está bien enganchada al manillar. -No te la vas a llevar-, insisto. Creo que a todos nos ha tocado en alguna ocasión regalar a otro una de esas miradas que lo dicen todo. Pues al de mirada sucia le tocó recibir la mía. Y la entendió a la perfección, porque se dio la vuelta, se montó en su asquerosa furgoneta y se marcharon rumbo a no sé dónde. Tema zanjado. La novata ya ha dejado de serlo. En ruta a punto de alcanzar la línea divisoria con Sahara Occidental Seguimos rumbo a Tan-Tan, ultima ciudad marroquí fuera de los territorios ocupados de Sahara. El domingo catorce de abril, a las nueve menos diez de la mañana, entramos en Sahara Occidental Occidental. Pero eso es otra historia. Sigue en la sección de noticias mi diario de viaje en bicicleta. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Lamin | Historias humanas en Gambia
Mi maravilloso joven amigo Lamin de Gambia Nombre: Lamin. Edad: Catorce años. Historias humanas en Gambia. Localidad: Kuntaur Según él: Le gustaría ir a la escuela tantos días como sus amigos. Le encanta entrar en el bosque, ir al río y subirse a los árboles para coger mangos. No le gustan los teléfonos móviles y tampoco las motos. Sueña con tener una bicicleta. Cuando sea mayor quiere salir a buscar a su padre. Lo que yo observé: Come muy poquito. Se siente responsable de la familia, especialmente de su hermana (12) y abuela (ciega). Entiende que su madre (maestra) tenga un nuevo novio, pero no le gusta que se gaste todo el dinero que gana en llamarle varias veces al día. Necesita a su padre. Le conoce todo el pueblo y le adoran. Es un ejemplo para sus amigos, por eso sus propuestas son las que más peso tienen. Cuando solo tenía tres años y medio, su padre les abandonó. Tres días a la semana va a la escuela y los cuatro restantes trabaja haciendo pequeñas velas manualmente a cambio de un poco de azúcar, sal, verduras y arroz, además de dos dólares semanales por los cuatro días de trabajo. Fue él quien me enseñó a abrazar correctamente a las personas. Cuando yo abrazo a alguien, siempre me dirijo a su costado derecho y así lo hice con Lamin. -"No, cuando dos personas se abrazan es para unirse de corazón. El abrazo, si es verdadero, debe ser corazón con corazón"-, me dijo. Y así lo hicimos. Historias humanas en Gambia, 2014. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Phut y Ladsamy | Historias humanas en Laos
Las inseparables Phut y Ladsamy de Laos Nombre: Phut. Edad: Cinco años. Nombre: Ladsamy. Edad: Doce años. Historias humanas en Laos. Localidad: Na Mor. Según Ladsamy: Me contó que a Phut, su hermana pequeña, lo que más le gusta es jugar a ser mamá, pero no le gusta mancharse. Me dijo que ella donde más disfruta es en la escuela y que le gusta que llegue el fin de semana para ir a vender verduras con su madre. Cuando sea mayor quiere seguir viviendo en el pueblo con su familia y amigas. Lo que yo observé: Phut se las sabe todas. Tiene claro que es la pequeña de cuatro hermanos y puede campar a sus anchas. Le gusta meter la mano en el cesto del arroz y hacer pequeñas bolas con él aunque no se las coma. Cuando juega con las amigas en el suelo, siempre coloca una esterilla o cartón para no mancharse. Siempre lleva un bolso de tela donde guarda sus palitos y unas piedras. Está atenta de todo, pero come muy poco. Ladsamy, como buena hermana mayor, siempre está pendiente de los otros tres. También de su madre. Phut es su ojito derecho y ella el de su padre. Es increíblemente responsable y siempre tiene la vista puesta en los demás. Imagino que por eso sonríe poco. Es adorable. Por la noche me entregó su dibujo. Como suele suceder en estos casos, me costó mucho despedirme de aquella familia la mañana siguiente. Historias humanas en Laos, 2011. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Nacida para ser libre | Diario de viaje en bicicleta | Sahara
Siete menos diez de la mañana del domingo 14 de abril de 2013. Más de tres años pedaleando en la vuelta al mundo por los Derechos Humanos. Hemos entrado en Sáhara Occidental. Seguimos compartiendo el diario de viaje en bicicleta. 2013 | Junto a mi compañera Libertad en ruta por Sahara Occidental. Mi idea era cruzar la línea divisoria por la tarde pero una gran duna, a escasos cinco kilómetros de ésta, se presentó invitándonos a acompañarla esa noche. Mi compañera está de acuerdo, retrasamos unas horas la entrada en la Tierra que clama Libertad. Se trata de la única gran duna accesible y en forma de “L” que puede protegernos del viento. Al otro lado de la tranquila, estrecha y maltrecha carretera, un mar de ellas, pero están demasiado lejos y el terreno es arenoso. Toca empujar a mi compañera más de trescientos metros hasta llegar al rincón que previamente había ojeado. Es temprano aún y ya tenemos el campamento montado. Cámaras en mano, subo hasta lo más alto de nuestra generosa amiga. Libertad se queda vigilando de nadie nuestra jaima mientras observa detenidamente la ascensión. La música, como siempre en estos casos, también me acompaña. Generosa, nuestra anfitriona me regala unas impresionantes vistas desde la parte más alta de su joroba. El silencio como condimento al atracón. Abajo, mi compañera, que no me pierde de vista. Hay conexión. Este es uno de esos muchos momentos en los que uno se siente egoísta como nadie; lo tengo todo y no puedo compartirlo con aquellos que quisiera. Fotos, tomas de vídeo y memoria. Podemos hacerlo un tiempo después. Al poco de acampar siempre elijo un rincón donde pasar los primeros minutos. En esta ocasión, en lo alto de la duna. En nuestras alforjas tenemos arroz y media cebolla, y mientras degusto la paella típica de este viaje, Libertad espera impaciente a que le suelte prenda sobre el momento vivido arriba. -Tenemos tiempo, amiga, ahora toca engañar un poco al estómago-. Después de la acampada tiempo para reponer fuerzas Hasta aquí, todo perfecto. Tres de la mañana y el viento ha cambiado de dirección. Nuestra amiga, aún queriéndolo, no puede seguir protegiéndonos. La ventisca entra en la “L” por un lateral y con ella toda la arena que le cabe en las garras. La tienda se infla dejando el espacio libre para que ésta atraviese la mosquitera y entre como Pedro por su casa. Dentro, en pocos segundos, una nube me obliga a anudarme la funda de la colchoneta en la cabeza ya que es imposible respirar sin ella. Salgo rápidamente para quitarle a Libertad la funda de plástico que, al inflarse como la tienda, la está ahogando. No es suficiente y tengo que elegir entre ella o la tienda; mi amiga es lo primero. Rápido le desprendo de las alforjas, la tumbo sobre la arena, le coloco el plástico como puedo y amontono a estas sobre ella. Con la luz de la linterna que llevo en la frente apuntando a la tienda, veo que dos de las clavijas se han soltado, el sobre techo campa a sus anchas y se puede desgarrar. Como puedo, tiro del resto de clavijas a la vez que voy trabajando un enorme bolillo con la segunda piel de nuestra jaima. El criminal viento no da tregua y en pocos minutos se han amontonado casi tres centímetros de arena en el interior. Las flexibles varillas dan hasta donde dan y tengo que soltarlas también. Sin reparar en el desorden, me protejo como puedo detrás de mi compañera y el montón de alforjas sin soltar el manojo de tienda que tengo en los brazos. La arena se me está clavando como alfileres. Apago la luz porque asusta tenerla encendida. Toca esperar a que amanezca. Más de dos interminables horas. Lo que había comenzado como una perfecta despedida de Marruecos, en tan solo veinte minutos se había convertido en la pesadilla que me haría dormir en alerta hasta bien entrados en Senegal. Aldeas abandonadas en Sahara Una gasolinera aún cerrada, pero es una gasolinera y necesito desprenderme del rebozado que llevo. Mientras espero a que llegue quien deba llegar, organizo el desbarajuste que tenemos montado. Poco más tarde, un coche con cuatro ocupantes llega al sitio; el hombre de la gasolinera, el del desangelado bar y dos amigos de éstos que serán los encargados de mal informarme sobre la ruta y las opciones de agua que tenemos durante la misma. También de ser los anfitriones de un desayuno a base de té, cómo no, pan y aceite. -Sí, estás en Sahara ya-, me confirman. -No tienes agua hasta algo más de cuarenta kilómetros-, me mal informan en un claro español. Aseados mi compañera y yo, y sacudida la tienda en condiciones, volvemos a ponernos en ruta hacia Esmara. El fuerte viento no nos ha abandonado en ningún momento, pero esta vez nos empuja en vez de destrozarnos. Paramos en el primero de los treinta y ocho controles policiales en Sahara. Aún no estamos hartos de estos y lo pasamos dejando atrás un buen rato con los dos gendarmes. Los dromedarios salvajes son una constante en Sahara Occidental Treinta, cuarenta, cincuenta kilómetros y vemos menos posibilidad de agua que la primera pareja de camellos con los que nos cruzamos en ruta. Estamos sin suministro desde hace más de hora y media y el sol trabaja cada vez con más energía. El aire es asfixiante y consigue que mi lengua se pegue al paladar, y este, a su vez, a la única neurona que me queda. Veinte kilómetros más y nos damos de frente con un pequeño pueblo. Los amigos estaban equivocados, no eran cuarenta sino setenta los kilómetros que nos separaban del ansiado líquido. Allí, en una pequeña casa, me sacan una garrafa de cinco litros con agua helada, a la que me abrazo como un niño a su peluche en la cuna. La familia me invita, como siempre sucederá en este país, a pasar la noche con ellos, pero necesito descansar y rechazo la invitación. Haberla aceptado hubiera supuesto someterme a una nueva y larga entrevista y mi cuerpo no estaba para tal labor. Hoy no, lo siento. Como por arte de magia, ese agua me da fuerza para pedalear con energía hasta Esmara. Un total de ciento treinta y cinco kilómetros desde que nos despedimos de la duna. El viento, seguro arrepentido de la noche regalada, continúa de nuestra parte y hay que aprovechar el momento. Los gendarmes vuelven a darnos el alto antes de entrar en la ciudad y pocos metros después lo hace también la policía. Comienzo a fruncir el ceño. -Es por tu seguridad-. Esta será la frase que más veces escucharé en el país y a la que siempre responderé de igual forma: -Este país lo forma buena gente, no hay problema con mi seguridad. La cosa es que a vuestro rey le encanta controlar a todo el Mundo que entra en esta Tierra-. Compañía en Sahara Occidental El motivo por el cual nos desviamos de la costa por unos días y llegamos hasta Esmara no es otro que acceder al campo de refugiados, pero me indican que tampoco puedo llegar desde allí, que debo entrar en Mauritania para subir hasta Argelia y entrar en Tinduf, casi nada, así que mi ánimo se desploma como un árbol al recibir el último hachazo, y me dirijo, sudado y con la camiseta perfectamente teñida del color del desierto, hacia el campamento del ejército marroquí que además de liarse a porrazos y pelotazos con los saharauis cada poco, protege, no sé de quién, a los operarios de la ONU que “trabajan” en la zona. Cuatro kilómetros empujando a mi compañera por una impracticable pista empedrada. Trescientos metros antes de llegar, dos soldados comienzan a darme el alto con los brazos en alto, pero continúo empujando a Libertad hacia ellos. Estos insisten y yo también, lo que hace que nos saludemos a medio camino. Mientras hablo con ellos como puedo, veo a otros atrincherados y armados hasta los dientes a ambos lados de la pista, y a otros tantos de igual forma pero dentro de “su territorio”, en lo alto de una pequeña loma. Defecto profesional; mis ojos trabajan de forma independiente, en muchos casos, aún suplicándoles un descanso. Sin llegar a los cinco minutos, puedo contar hasta catorce soldados alrededor mío. Uno de ellos armado y con cara de pocos amigos. El de mayor rango, de no más de treinta años y último en llegar al sitio, se presenta en un perfecto español. -No puedes estar aquí, es zona militar y está especialmente protegida-, me dice. -Pues ya ves qué hora es y los minutos de luz que me quedan. Venía a charlar con alguien de la ONU para, además de solicitar información sobre el campo de refugiados, pedir el favor de pasar la noche aquí-, le respondo sin perder de vista a los antes mencionados. Este llama desde su móvil a no sé quien diciéndole no sé qué y al terminar la charla me dice que mis intenciones, ambas, son imposibles. -Bueno, ¿pero no puedo hablar directamente con alguno de ellos?-, le pregunto a sabiendas de la respuesta que voy a recibir. Mientras, le muestro el amplio dossier que llevo encima donde se recoge toda la info sobre el proyecto, además de entrevistas y fotografías. -Espera que llame al boss a ver qué me dice-. Momento para fotografiar mentalmente todo lo que se mueve y lo que no. Mientras mis ojos y memoria trabajan, un 4×4 que no resulta ser dieciséis sale de la zona militarizada. Cuatro desgarbados soldados con más polvo encima que el que llevo yo, se suman a la callejera reunión. -Estamos todos-, le digo al nuevo amigo cuando termina la conversación telefónica. Este se ríe y me dice que dentro quedan otros ochocientos. También que el gran jefe está en camino. -Si no te permiten pasar la noche aquí, que será lo más probable, te vienes a mi casa, te duchas, cenas y duermes tranquilo, y ya mañana continúas camino-. Mientras esperamos la llegada del boss, cuento dos 4×4 blancos con una enorme antena en el frontal, nuevos e impolutos, que salen del recinto a toda velocidad levantando una polvareda de escándalo. Una persona en cada vehículo. En las puertas delanteras se lee claramente UN. Ni saludan a los soldados a los que han tintado un poco más de lo que ya están, ni a mí, pero fijan su vista en Libertad, eso sí. Pocos minutos después, otro vehículo de igual calibre entra con las mismas prisas con las que los otros han salido. En este viajan cuatro personas de alto nivel dadas sus vestimentas. Dos mujeres y dos hombres. Estos tampoco se paran a preguntar si necesito un apósito o una fabada asturiana. En fin, es lo que toca pero que no debiera ser así, dado que ellos también acostumbran a beber cuando tienen sed. Antes de pasar la media hora, un nuevo 4×4 que sí resulta ser dieciséis, llega al sitio. El jefe, el subjefe y el machaca de estos me estrechan la mano. Intento explicarles el motivo de mi visita pero no me dan tiempo. -Me dicen que quieres hablar con alguien de la ONU además de pasar la noche aquí y ni una ni otra puede ser, pero tranquilo que yo te pago una habitación en el hotel de un amigo-, me dice el boss a través de mi amigo el sargento y sin darme tiempo a pestañear. -No se hable más-, me digo por lo bajines. -Ni pestañees, Joseba-, siento como me dice Libertad. Vuelvo a empujar a mi compañera los mismos cuatro kilómetros de la ida y, tras pedalear un par de ellos más, llegamos al hotel que no resulta ser tal. Se trata de una vieja pensión sin agua y sin servicio, pero con un pequeño lavabo fuera y con un viejo catre en una sucia habitación de no más de seis metros. Pero el habitáculo tiene cuatro esquinas y en una de ellas, alguien generoso, ha dejado un pequeño balde sumamente importante para estos casos. Como siempre digo llegados estos momentos: “A caballo regalado no le mires el juanete”. En el mapa había visto, desde hacía días, que el trayecto hasta El Aiún iba a ser, cuanto menos, complicado. Y no iba muy desencaminado… Unir Esmara con la capital iba a regalarnos nuevos amigos, sí, pero también sol hasta derretirnos y un viento frontal bestial. Cosas del desierto. Comenzamos a subir hacia el noroeste, según el mapa. Tras horas de lucha contra el viento, un alto en la ruta junto a Libertad El primero de estos cuatro días fue casi perfecto. El viento soplaba de espaldas a ratos y del lado derecho otros tantos. En pocos kilómetros habíamos subido hasta una gran meseta tan plana como la memoria de Rajoy. Por momentos, las vistas que tengo a mi izquierda me obligan a realizar paradas para observar, en la quietud, aquello hasta donde mi vista da de sí. Un mar de arena y piedras. Una Tierra nacida para ser libre. Sin coches en una estrechísima carretera de poros abiertos. No hay gente, ni agua. No hay casi vida, pero la poca que hay puedo sentirla en mi piel y emocionarme cuando llega a calar dentro. Sin apenas darme cuenta de lo pedaleado, cuando más centrado estoy en mi mundo, el cuerpo comienza a avisarme. -Compañero, vete pensando en elegir el sitio donde pasar la noche-, siento cómo me dice a través de los músculos. Aún tengo bien fresca en la memoria la noche pasada y pedaleo y pedaleo hasta encontrar un lugar a resguardo que no llega. Ese aviso que me han dado me obliga a dejar de volar y me coloca nuevamente sobre el suelo que peleamos. No queda mucho tiempo de luz y no aparece el rincón que nos dé tranquilidad, pero en la única colina con la que nos tropezamos en los sesenta y siete kilómetros de la jornada, una gran antena de telefonía se estira orgullosa cual torre Eifel. Debajo de ella veo un muro que cubre su perímetro. -¡Estamos salvados!-, pienso en alto para todo el grupo. Según me voy acercando, veo a un hombre con ropa de militar y un pequeño perro que sale en mi busca seguramente creyendo ver alucinaciones. Hassan es el primero de los salvavidas que encontraremos en esta Tierra. Junto a él y su pequeña y juguetona compañera, pasaremos la noche. Antes un buen té en tres pequeñas dosis con el que dar comienzo a cada nueva amistad a partir de entonces. Con el desayuno a base de té, pan y aceite, como es costumbre aquí, damos comienzo a tres devastadores días en lo que a desgaste físico se refiere. Tres jornadas de soledad absoluta y fuerte viento frontal hasta llegar a El Aiún. Largas distancias en las que, de no controlar la cabeza, pueden convertirse en jornadas infernales, pero las salvamos gracias también a Hassan, Said y su familia que dicen pertenecer al Frente Polisario, a Fdaili, su mujer y sus pequeños. Todos empujan a su manera para que esto continúe adelante. La hospitalidad es una constante en Sáhara Occidental Llevo varios días con la cabeza trabajando en una decisión que creo debo tomar y esta no me permite centrarme, como debiera, en lo que he venido a hacer. Me pongo duro conmigo mismo mientras pedaleo y prácticamente dejo sentenciada la decisión. Yo a lo mío, otros a lo suyo. Aunque no será hasta unas semanas después cuando dé a conocer mi decisión y los claros motivos de esta. Y llegamos a la capital, abatidos y con quemaduras de consideración en algunas zonas del cuerpo. Allí aparece Mohamed, sin más, en medio de una larga avenida que me da la sensación de sobrarle espacio o de faltarle gente por algún lado. Esta da entrada a la ciudad. Mi generoso amigo también habla un perfecto español. -¿De dónde vienes alma de cántaro?-, a la que respondo con una larga carcajada. Por un momento, éste consigue que el agotamiento desaparezca, pero no la sudada que llevo encima. -¿Y esa expresión, de dónde la has sacado?-, le pregunto aún con lagrimones en los ojos. -Muchos años trabajando en España, hermano. ¿Qué te traes a esta tierra? ¿Has comido?- Y juntos, yo sudado hasta las uñas y él con su camisa de manga corta y cuadros grises, nos sentamos en una terraza en el centro de la ciudad a comer un pollo con patatas. Un refresco de cola acompaña el menú. -Joder compañero, ni me acuerdo cuándo comí esto por última vez-, le comento. El camarero, por si fuera poco, adorna el centro de la mesa con una ensalada que tiene un poquito de todo, o es lo que a mí me parece. Salsa de tomate y mostaza a ambos lados. ¡Atracón al canto! En cada conexión que puedo hacer a internet, siempre me encuentro un correo o mensaje privado especial. Siempre. Con frecuencia, amigas que siguen el viaje desde hace tiempo y con las que tengo un grado alto de confianza me cuentan cómo les va la vida, otras y otros muchos dando ánimos de forma muy emotiva, algunas creyendo muy necesario lo que hacemos y empujando en forma de colaboración con el proyecto. Pero ese día, un correo entre todos ellos trajo consigo la confirmación de un amor eterno. Volvemos a volar, pero esta vez hacia el sur. Por la costa rumbo a Boujdour. Decido abandonar la cansina carretera y adentrarme un poco más en el desierto donde me doy de bruces con dos grandes jaimas. Noche en la jaima de Hussein y su familia Allí está Ahmed junto a su hermana y hermano pequeños. Como siempre sucede en este territorio, persona que encuentras en los alrededores, aunque estés a varios cientos de metros, persona que te invita a compartir con él todo lo que tiene. Sea lo que sea durante el tiempo que haga falta. De su boca vuelvo a escuchar la palabra Libertad en varios momentos de los tres tés. -Pues trabajo en el mundo de la fotografía y estoy viajando por el Mundo intentando hacer algo para que la vida de un puñado de pequeños cambie de una vez por todas. No sé si con esto conseguiré algo pero me hace sentir bien y me consta que a otros también les hace igual de bien. Digamos que trabajo de una forma un tanto especial por sus Derechos-, le respondo a la pregunta de ¿a qué te dedicas? -Mi padre y mi madre están con el rebaño de ovejas y vendrán dentro de un par de horas, cuando el sol comience a caer. Si quieres, podemos ir a buscarles y les haces unas fotos-, me propone cuando le digo que mi especialidad es inmortalizar miradas. Tengo un buen presentimiento y este termina por confirmarse cuando llegamos, en el viejo Land Rover, y conozco a nuestros nuevos anfitriones Hussein y Ahlaila, su mujer. Desde el primer momento, mi viejo amigo y yo conectamos a fondo. Habla bastante bien español ya que sirvió en el ejército del retorcido Franco durante un tiempo. Este se ofrece a ser retratado cuando descubre el motivo de mi viaje. Fotos y tomas de vídeo que a los pocos días ya verían la luz en este blog. La noche con Hussein y su familia fue una de las más emotivas que he vivido en estos seiscientos días de andanzas por el Mundo. Y he vivido unas pocas ya… Junto a mi buen amigo Hussein en Sahara Occidental Volvemos a la ruta a primera hora de la mañana y tras una larga jornada con viento de frente, damos con Brahim, otro curioso amigo con el que pude volver a soltar varias carcajadas. También momentos con buena dosis de emoción. -¡Qué alegría que hayas parado! Además eres español. Llevo muchos años intentando que alguno pare, pero nada. Eres la primera persona que lo hace en los doce años que llevo aquí metido-, me aclara mientras comienzo a notar el característico nudo en la garganta que me acompaña en este viaje y a veces no me deja respirar. Brahim es un hombre de setenta y un años que vive hacinado en una pequeña jaima que se cae a trozos. El viento es perenne también aquí y su pequeña vivienda pocas embestidas más puede soportar. Él me lo confirma. Mi raquítico amigo también formó parte del ejército del indeseable. -Mi mujer vive a las afueras de Boujdour con nuestras cincuenta ovejas. No tenemos hijos porque nunca hemos podido permitírnoslo. El dinero que estas dan no nos llega ya que la leche que dan es mínima, no como en España que las ovejas están gordas y dan dinero para vivir, supongo-. Esto termina por derrumbarme y tengo que salir de la jaima para respirar un rato. Mi amigo se ha dado cuenta y sale detrás a ver si estoy bien. Me pide disculpas. -No tienes por qué preocuparte porque aquí gano doscientos setenta euros al mes y con ello llevamos años saliendo adelante-, termina. -Me duele que alguien que desea tener hijos no pueda sentirse realizado por culpa del maldito dinero, pero anda tranquilo porque estoy bien-, le miento desde fuera del desastroso amasijo de telas. -He llegado a ponerme en medio de la carretera con los brazos levantados, delante de las grandes auto carabanas, para que paren y poder invitarles a té y a charlar un rato, pero no hay forma de que hagan un alto, siempre me esquivan. Siempre tienen prisa o será porque pensarán que estoy loco-. Mi querido amigo cambia de tema y consigue ponerme por un momento en situación soltando la primera de muchas carcajadas en su compañía. -¡Qué grande eres, amigo mío! Y encima sabes sacar tiempo para el cachondeo-, le respondo sin haber terminado de reír. -Te vas a quedar a dormir, ¿no?-. -Por supuesto-. -Voy a echar las redes a ver si hay suerte y mañana recojo algo. ¿Me acompañas?-, me invita. Después de caminar casi un par de kilómetros y bajar un pequeño acantilado con unas vistas capaces de quitar el hipo a quien lo tenga, nos adentramos en el mar unos ciento cincuenta metros y le ayudo a desenredar su vieja red de plástico negro y verde. Un precioso momento que guardo con especial cariño en la memoria. Mi amigo es poco dado a la cocina, le pasa como a mí, y me toca preparar la especialidad de la casa: arroz con cebolla, pero en esta ocasión también tenemos tomates. Este, además, tiene algo de aceite como buen saharaui que es. Poco después, tras una bonita charla, me quedo dormido en el suelo, a su lado, como si fuera el hijo que no pudo ser. Grande, amigo. Grande. Una nueva lección la que, con mucho respeto, cargo en las alforjas. Detalle del interior de una jaima en Sahara Y llegamos a Boujdour, donde un nuevo Ahmed, este un poco mayor que el anterior, me invita a su casa a cenar y me da a elegir entre pasar la noche con ellos o en la pequeña pensión de un amigo que, en este caso, ambos resultan ser verdad. Me avisa que desde la pensión puedo acceder al wifi de la cafetería que regenta en la acera de enfrente. -Llevo varios días recogiendo bonitas historias y necesito trabajarlas, Ahmed–, le respondo sinceramente. Mi buen amigo, este que resulta dar trabajo a dieciocho personas y ser un padre ejemplar por lo que veo en la relación con sus hijos, me presenta a Mohamedu; su mejor acompañante de vida. También a su mujer. Poco después, tras una pequeña charla, Mohamedu pasa a ser el segundo en Boujdour en ofrecerme su ayuda. Esta extra. Al final resultan ser dos noches en vez de una las que paso en la pensión. -Mañana te veo en la cafetería para desayunar-, me dice Ahmed antes de dejarme marchar a darme una deseada ducha y trabajar un rato. Dos días en la ciudad intercalando el trabajo y las relaciones con la gente de la zona. Tres malienses me indican en ruta que en su país, el problema del conflicto armado entre Francia y los “rebeldes”, está a más de mil kilómetros al norte de Bamako, la capital. Me dejan claro que por donde tengo pensado pedalear no existe problema alguno. Soplo y resoplo varias veces. Recogida del ganado al atardecer Unos kilómetros más adelante, concretamente dos días después, paso la noche junto a un hombre, en un pequeño habitáculo de una pequeña central depuradora de agua, que resulta ser el polo opuesto a todos los anteriores. Una persona que, a los ojos de la gente, pasa por ser alguien con muy pocos recursos, incluso me pide ayuda en forma de moneda, y resulta ser un tratante de viajeros en toda regla, propietario de tres chalés nuevos en la zona residencial y deshabitada que hay al otro lado de la carretera. Todo un personaje el hombre. La noche siguiente, Otmane sacrificó un gallo para celebrar mi visita. Era el único que tenía. Esa noche la pasamos entre risas a cuenta del gallo que resultó ser el más duro en varios kilómetros a la redonda. Vaya vaya con el gallo… Pedalear en Sahara, además de molerte, te ofrece cosas tan increíbles como poder escribir, en mitad de la nada y mientras miras al horizonte, una bonita carta a tu madre. Te quiero, pelona. Esta Tierra también me regala mañanas en las que despierto con una sensación de paz que intento dure todo el día. ¿O será que me estoy haciendo viejo queriéndolo? Una gasolinera y una mezquita dentro en forma de habitación verde pistacho. Una noche más a cubierto fuera del alcance de nuestro único enemigo; el viento. Otro Brahim, que no resulta ser ninguno de los doce anteriores, se dirige al campo de refugiados de Tinduf en un viejo todo terreno y me ofrece la posibilidad de acompañarle y pasar unos días con él y su familia, al completo dentro de unos de los campos desde hace años. -Ves cómo llevo el coche, pero intentaremos meter la bicicleta de alguna manera-, me propone. Aún quedan cien kilómetros para llegar a la frontera con Mauritania. De ahí tendríamos que subir hasta Argelia para llegar al campo donde está su familia, pero esto no supondría problema alguno. La cosa está en que luego debería volver pedaleándolos y estamos hablando de más de mil kilómetros, echando las cuentas a voleo. –Amigo, hace unos días me metí una pechada para intentar llegar al campo y me vine abajo al ver frustrada la posibilidad. Además son un buen puñado de kilómetros-, le digo con más pena que otra cosa. -¿Dónde vas a pasar la noche?-, me pregunta. -Pues no tengo ni idea, pero tranquilo porque siempre aparece el lugar indicado. No suele preocuparme demasiado si el tiempo acompaña-, respondo. Sin vacilar, Brahim mete la mano al bolsillo de su pantalón y me da dinero para pasar, no una, dos noches en el pequeño hostal de carretera que hay junto a nosotros. Así, sin más ni más, la vida te va presentando personas con muy diferentes historias pero con algo en común: ganas de apoyar para que las vidas de otros comiencen a tintarse de colores. Lecciones de Humanidad. El último día en Sáhara Occidental lo pasamos pedaleando, para no variar, pero esta vez intentando digerir los momentos vividos y unirlos de alguna manera para que tú también puedas llegar a dormir junto a Brahim o hablar con Hussein sobre su amada Tierra, o escuchar ladrar a la pequeña compañera de mi amigo Hassan. O simplemente sentir la caricia de la vida en los brazos. También, ¿por qué no?, que vivas una noche en medio de una ventisca. Un tanto emocionado, además de cansado, llego a la línea de frontera de Marruecos, para mí de Sahara, y escucho la absurda pregunta que resulta ser la misma en todas las fronteras: -¿A dónde vas?-. -A New York-, siempre es mi respuesta. El resto del equipo pasa la línea conmigo. Seis kilómetros empujando a Libertad en la mal denominada Tierra de nadie y entramos en Mauritania, donde la policía de frontera me invita a pagar un soborno de 50 euros. Donde conozco a Arturo, propietario de Atar Expeditions y culpable de mi llegada al orfanato NAD; un nuevo rincón de este Planeta donde viviremos dos semanas emocionados hasta las pestañas. Un lugar donde desafiaré a mi buena amiga la vida por su injusto trato con la pequeña Meyja. Donde me comprometeré una vez más. Atardecer desde la tienda de campaña Atrás dejamos un pequeño trozo de Tierra donde, los que la forman y aman, no hablan de independencia sino de Libertad. Primer Derecho a respetar. Miércoles, 1 de mayo. Una menos cuarto de la tarde. Hemos entrado en Mauritania, la tierra que me pondrá a prueba una y otra vez. Pero eso es otra historia. Sigue el diario de viaje en bicicleta en la sección de noticias. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Oishi - La fuerza de un deseo | Rajasthan - India
Años después sigues empujándome en los momentos difíciles Edad: Trece años. País: India. Estado: Rajasthan. Había visitado India en varias ocasiones, pero ésta iba a ser mi primera vez en el Estado de Rajasthan. Lo haría montado sobre una bicicleta cargada hasta la saciedad, con 12 dólares en el bolsillo y, como siempre, la pasión y el deber por bandera. Tan sólo hacía cinco meses que había iniciado la vuelta al mundo, lo que me convertía en un auténtico novato en este mundo del "ciclo-nomadismo", pero la intuición me decía que debía adentrarme en el mágico desierto del Thar, y acertó. Este me regaló a Oishi. Era Octubre de 2010 y hacía tres semanas que había aterrizado en India. Volaba 'por obligación' desde Estambul después de que el personal de la embajada de Irán en Ankara me informara de que las fronteras terrestres de Pakistán se encontraban cerradas por orden del gobierno. La Embajada de Siria me había negado el visado y eso que mi solicitud iba acompañada de una carta de recomendación de la Embajada de España, la misma que me había desaconsejado continuar mi viaje por Armenia, Georgia, Kazajistán, Uzbekistán y Tayikistán porque el invierno se me echaría encima con las correspondientes repercusiones para todos. Después de unos días callejeando por la vieja Delhi, salí rumbo al fascinante, caliente, extenso y árido desierto de Thar. Seguía adelante con el proyecto personal que me animaba, día tras día, con la recogida de los trescientos sueños que me había propuesto cargar en la bicicleta durante la primera parte de mi periplo alrededor del mundo en bicicleta. Si la responsabilidad de cargar con los dibujos de todos esos niños y niñas era cuanto menos excitante, el descubrir, fotografiar, cargar y compartir cientos de historias humanas, hacían que todo el desgaste, hambre, frío y calor, merecieran la pena durante esta vuelta al mundo. Tras varios días de pedaleo por las caóticas carreteras del norte de India, alternando pistas con asfalto, llegué a la mágica ciudad de Bikaner. Estábamos a las puertas del desierto y los nervios controlados comenzaban a aflorar. El Thar iba a ser el primero de los tres desiertos que atravesaría durante mis más de cuatro primeros años de viaje. Allí, en Bikaner, conocí a Ujual , un chico de veintidós años que, como sucedería durante los más de siete mil kilómetros de pedaleo en el subcontinente asiático, se había acercado a mí con respeto, pero con las pupilas como platos al verme sobre semejante bicicleta. Acababa de entrar en la ciudad y era la primera y única parada que realicé. Ujual, fiel a la hospitalidad india, me invitó a acompañarle hasta su casa para conocer a su familia. Con ellos pasé tres maravillosos pero agotadores días en los que visité dos escuelas y la estación de tren. Incluso me dio tiempo a callejear, junto a Ujual, por la zona vieja de la ciudad descubriendo, entre otras cosas, los 'trapicheos' de la gente más joven. Siempre intentaba recoger los dibujos en las zonas más alejadas, esas a las que a buen seguro nadie se desviaría para hacerlo. Menos aún montado sobre una bicicleta. Así que salí de Bikaner con la esperanza de poder acercarme lo máximo posible a la frontera con Pakistán, pero con la certeza de que en algún momento, y si todo iba bien, podría volver a tomar la carretera nacional que me llevara a Jaisalmer. Ujual me había ayudado a preparar la ruta para los siguientes días, sin dejar de insistir en que lo que pretendía hacer era una locura. Pero uno de los componentes de la aventura es la adrenalina y yo, en esos momentos, estaba sobrado de ella. De Kalasar hasta Akasar para enlazar la carretera 37 hasta Kolayat, donde sabía que podía hacer la primera parada. Sabía que a pocos kilómetros iba a atravesar un canal donde podría cargar a Maravilla con agua. Seguí por la 37 hacia Goru y de ahí hasta el cruce de Ranjeetpura. Me encontraba justo en el eje de la frontera pakistaní y el canal de agua, así que en cierta medida estaba tranquilo. De ahí en adelante quedaría en manos de las almas que encontrara en el camino. El monzón había pasado y no tendría problemas en ese sentido, pero el sol atizaba con fuerza. La siguiente parada sería en Radhakisthan, donde esperaba poder pasar noche. El desierto es mi lugar preferido de entre todos los rincones que he tenido la suerte de pisar a lo largo y ancho de este maravilloso planeta. Ahí estás tú contigo mismo. Nada te distrae. El intento de engaño no sirve de nada. El ego no te va a salvar de nada, más bien todo lo contrario. Estás tú, tu motivación y la energía que hayas reservado previamente. La más mínima ingenuidad te pasa factura, de las caras y con propina. Ahí el aire te seca las neuronas. Me había quedado sin agua. Calculaba que llevaba más de dos horas sin mojar el reseco paladar y la preocupación era real. Sabía más o menos dónde me encontraba, pero no tenía ni idea de cuándo iba a encontrar a alguien que me ayudara con el agua. En esos momentos me acordaba de las historias que varios amigos subsaharianos me habían contado en España antes de iniciar mi viaje. Odiseas sufridas para llegar a alcanzar la inhumana valla que separa Africa de la ansiada España, para ellos puerta de entrada al continente europeo. Fue entonces, mientras pedaleaba la complicada zona de Raichandwala, cuando conocí a la joven Oishi , protagonista de esta historia y responsable directa a la hora de aupar mi motivación en los muchos difíciles momentos que llegarían durante el resto de mi viaje. La preocupación estaba en uno de los puntos más altos y, a lo lejos, en el lateral izquierdo, intuía una casa que se convertía en realidad según avanzaba. No era ningún espejismo. La casa era pequeña y la arena se había apropiado de una gran parte de ella. No vi a nadie, pero obviamente paré. No había puerta de entrada y entré saludando, a nadie, en voz alta. Un gran cántaro de agua, medio lleno, formaba parte de la sencilla decoración. Salí de la casa para coger los cinco botes que Maravilla cargaba sin líquido y, en ese momento, llegaron Mota y Khiraj , dos hermanos. Aún no había cargado el primer bote con agua cuando les pedí permiso para continuar con los otros cuatro, y Mota se acercó para ayudarme. Mientras, Khiraj se acercó a Maravilla, a buen seguro sin llegar a creer lo que sus ojos estaban viendo. A los pocos minutos llegó Babu , el padre. Lo hacía con un cántaro, enmohecido con varios colores, cargado sobre su hombro. La sudada que llevaba el hombre me hacía pensar que había caminado un tiempo con el agua a sus espaldas, lo que dio más valor a ésta si cabe. Me 'obligaron' a descansar y acepté. Si algo me han enseñado mis viajes es que la vida siempre te indica dónde está la línea roja. Es el ego y tu control sobre éste quien te hará cruzarla o no. Aproveché ese descanso para ofrecerles a Mota y Khiraj la posibilidad de dibujar su sueño. En Delhi habían publicado en el periódico un reportaje sobre mi viaje y lo cargaba, junto a otros, en la bicicleta como medio para que la gente entendiera una de las razones de un viaje así. Se lo entregué al padre, pero ninguno sabía leer. Fue cuando saqué el resto de dibujos que otros menores me habían entregado hasta ese día, cuando entendieron mi propuesta. Así que les entregué dos cartulinas en blanco y extendí un montón de pinturas sobre un camastro que había en la entrada. Sabían que yo quería continuar mi viaje con sus sueños en mis alforjas y pronto comenzaron a dar color al blanco de fondo. Mientras, Babu me indicaba sobre el mapa la ruta que podía seguir hasta Jaisalmer, destino final de mi periplo en Rajasthan. Fueron varias las veces que Babu me miró a los ojos con cierta preocupación, o así lo entendí yo. En ese momento, vi a lo lejos a alguien que se acercaba a la casa. Venía directamente desde una zona de pequeños arbustos. Era Oishi. La protagonista de esta historia llegaba con los dedos de las manos distanciados entre sí, como si algo les impidiera unirse, y una increíble luz en sus ojos. Se trataba de una buena amiga de los hermanos. Si los ojos de Oishi eran ya de por sí especiales, al entrar en la casa y ver todos aquellos colores desplegados sobre el camastro, estos se cargaron de una inocente ilusión. Ella también quería dibujar. Sus ojos me lo confirmaban. Saqué de la funda una nueva cartulina y, sin apenas tiempo para entregársela, giró sus manos mostrándome sus palmas. Sus dedos estaban completamente hinchados y amarillos. Tenía más de quince grandes pinchos clavados, lo que le había provocado una importante infección. El dolor era tal que ni siquiera los dedos podían tocarse entre sí. Babu me explicó que Oishi trabajaba extrayendo de la arena, a mano, los pequeños arbustos que se veían frente a la casa, a unos trescientos metros. Oishi trabajaba junto a su madre y el padre, a quienes conocí poco después. Por aquellas fechas, en mi bicicleta cargaba dos pequeños botiquines, uno para utilizarlo con la gente local en casos como este y el otro para necesidades propias. Del primero saqué un pequeño cúter, unas pequeñas pinzas, el bote de betadine y algodón. Los pinchos llevaban tiempo clavados en sus manos y la piel los había cubierto por completo. Conseguí extraerle el primero haciendo un pequeño corte en la piel, pero con el segundo intento Oishi me pidió que lo dejara. Mientras le limpiaba el primer corte, la pequeña no dejaba de mirar a sus amigos y las pinturas. Para Oishi, la ilusión de trazar su sueño sobre el papel era más importante que el dolor que sentía al tener las pinturas entre sus dedos. Intenté retirarle la cartulina en dos ocasiones después de ver el dolor en sus ojos, pero no hubo forma de conseguirlo. Sus ojos me mostraban un dolor real, pero también una ilusión. Ella sabía mejor que nadie dónde estaba su línea roja y si debía cruzarla o no. ¿Quién era yo para ponerle los límites sin estar su vida en juego y tratándose de algo tan especial? Una hora y media después, Oishi se acercó a mí ofreciéndome su dibujo acompañado de una mirada cargada de humildad, ilusión y plena satisfacción. ¡Qué lección! Agradecido de habernos cruzado en el camino. Decidí no pasar la noche allí porque tenía la certeza de que por la mañana me costaría una barbaridad despedirme de ellos, especialmente de la pequeña Oishi. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!
- Vuelta al mundo en bicicleta | Retomo el viaje en pandemia | Camboya
El mundo en bicicleta. Recuerdo que unos días antes dábamos la bienvenida al 2020 en medio de una preocupación generalizada por la fuerte caída del turismo en Camboya, especialmente en Battambang. Las Navidades acababan de finalizar y llegaban las primeras noticias al país sobre un nuevo virus en China. Se hablaba de que ya había salido del gigante asiático y comenzaba a propagarse por los países vecinos. Incluso algunos decían que ya había entrado en Camboya. "Casi todo lo que llega aquí lo hace desde China", les decía a Bunlang y otros amigos durante una cena en la que bromeaban con las toses. La caída total del turismo, más de tres años de saturación de trabajo en Human Gallery , sumado al proyecto de educación , me invitaban a recordar que el problema físico que me había traído a Camboya antes de tiempo ya no era una excusa, así que, basándome en esto y en la intuición que tan buenos resultados me había dado durante los primeros más de cuatro años de viaje, decidí retomar la vuelta al mundo en bicicleta que me había visto obligado a paralizar años atrás. ¡Vamos a ello Joseba!, me repetía una y otra vez durante las horas siguientes, como si necesitara de una nueva aprobación para dar el paso. Vuelvo a ver el mundo desde la bicicleta. Khmaw, mi tercera compañera en esta vuelta al mundo. "Llevas años preocupándote más por la situación de otros que por la tuya y es momento de pensar un poco más en lo que tú necesitas". "Para seguir haciendo algo por otros necesitas estar bien", son las dos frases que más me han repetido en el último año las amigas y amigos más cercanos, esos que se han mantenido también en los momentos complicados. El uno de marzo llegaba el cierre de Human Gallery. Para ello necesité, entre otras cosas, de un lugar especial donde las fotografías expuestas en ésta siguieran cumpliendo con su principal cometido: sensibilización. Estaba claro, Pomme contaba con el espacio y magia suficientes para recibirlas. Hacía tiempo que Orbea me había confirmado que mi nueva bicicleta, en esta ocasión una MTB, llevaba ya tiempo dentro de un contenedor marítimo con destino a Camboya y que llegaría a la tienda del distribuidor en unos días. Y llegó, pero para no variar en este país, la cosa se truncó. El distribuidor, después de muchos mensajes, me responde indicándome que habían cometido un error vendiendo mi bicicleta a otra persona, lo que cambiaba la situación radicalmente. Pasaban los días y el distribuidor seguía empecinado en no responder a mis whatsapp, faltando a su palabra de buscar una solución a su grave error. Después de cinco años viviendo en este país, palpando y sufriendo el lamentable cambio en la mayoría de sus gentes, estoy más que acostumbrado a esta forma de actuar, así que comencé a buscar una alternativa. En Camboya, el afán por generar y amasar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible, se ha convertido en la base de una gente a la que admiré y apoyé en profundidad. La fecha marcada en el calendario para el reinicio del viaje era el primero de junio y aunque aún quedaba un tiempo para ello, la necesidad aumentaba y el tiempo apremiaba por el inminente cierre de fronteras. En uno de los muchos desplazamientos a la Embajada de España en Bangkok -en Camboya no hay-, pude hacerme con las alforjas que necesitaba, pero me faltaba lo principal: la bicicleta. El día que tomé la decisión de reiniciar la vuelta al mundo, también decidí que después de más de cuatro años de viaje sobre dos bicicletas híbridas era el momento de hacerlo sobre una mountain bike. La experiencia adquirida también me sirve para saber que sobre una touring uno no puede acceder a ciertos lugares, o sí pero a duras penas, y yo quería adentrarme más, si cabe, en esos rincones de difícil acceso, que es donde principalmente suelen encontrarse las personas que salimos a buscar en este viaje. Visita a una tienda de bicicletas en Battambang, mensajes a otras tres en Phnom Penh, nueva tienda en la ciudad y seguía sin encontrar a mi nueva compañera de viaje. Todas con tallas pequeñas y precios desorbitados que yo no puedo pagar -tres años destinando mensualmente a nuestros niños del proyecto de educación la mayor parte de mis ingresos-, hasta que en unos de esos días en los que los astros se alinean, que uno hace un alto, se serena y desbloquea la cabeza, recordaba que en la ciudad hay una empresa de tours en bicicleta, que conozco al propietario y que, aún siendo de segunda mano, puede disponer de la compañera que necesito. La rápida propagación del Covid-19 ya había animado al gobierno camboyano, al tailandés, laosiano y vietnamita, al cierre de sus fronteras sin previo aviso. Estábamos bloqueados. Conocí a 'la negra' en la primera visita que le hice al amigo de Soksabike . Fue un amor a primera vista. 2020 - En ruta por Camboya Khmaw estaba junto a su hermana gemela, las últimas de una hilera de catorce bicicletas dentro del taller mecánico. Estaban arrinconadas, como si nadie las tuviera en cuenta aún resaltando sobre el resto con su especial altura. La talla XL era la que buscaba desde el inicio y la culpable de no haberla encontrado antes. Tocaba decidir cuál de las dos hermanas pasaría a formar parte de esta maravillosa historia. Aunque las dos tenían la misma edad, Khmaw contaba con una serie de roces en el cuadro que me animaron a decidirme por ella. "Ésta tiene más experiencia", me dije convencido. Y junto a ella salí al exterior. Estaba plenamente convencido, así que mi revisión fue bastante más breve que la que los técnicos le hicieron. De hecho, mis 'toquiteos' eran más una caricia que un control. Un par de vueltas a la manzana, más por cumplir que por otra cosa, y los dos juntos para casa. Los doscientos dólares del precio de salida quedaron en ciento ochenta. Ahora, ya más sosegado, tocaba buscarle unos portabultos y mejorar ese manillar que se me hacía difícil de dirigir. Lo más importante es que en esta ocasión los astros se habían acordado de nosotros y nos brindaban a Khmaw y a mí la oportunidad de revivir compartiendo una vida. O al menos una parte de ella. Era obvio que en Camboya, o al menos en Battambang, iba a ser imposible localizar un manillar de mariposa y unos portabultos capaces de cargar tanto peso, así que tocaba ingeniárnolas para idear ambos. En esta ciudad no son muy dados al aluminio, a ellos les gusta más lo rudo, y los pocos que hay no aceptan trabajos tan especiales. Tres años atrás, con la preparación-decoración de Human Gallery , había contratado a una empresa de soldadura de hierro para ciertos detalles en ésta, así que ante la negativa de las del sector del aluminio, me dirigí a ellos, les presenté el croquis del manillar y portabultos delantero que previamente había dibujado y detallado con medidas, y aceptaron el trabajo. Momento para tomar un café y mirar otros elementos necesarios para completar mínimamente a Khmaw . Cinco horas después regreso al taller y me encuentro con una manillar válido para pilotar un Antonov, pero no una bicicleta. Una vez más se habían equivocado y una vez más tocaba pagar íntegra la equivocación. Camboya también es especial para esto. Me había quedado sin dinero al destinarlo todo a seguir cubriendo la escolarización de los niños beneficiarios de nuestro proyecto de educación "Alas para el futuro" , pero disponía de lo elemental para volver a emprender una aventura así: pasión, motivación, ilusión, energía, a los astros mirándonos de reojo, a mi nueva-vieja compañera mejorada hasta en el color y un manillar capaz de soportar muchos kilos de bananas. Todo listo para el nuevo desafío. Seis de la mañana del 2 de junio de 2020, estamos en ruta. Eso sí, en plena pandemia. 2020 - En ruta por el norte de Camboya. APOYA NUESTRO PROYECTO DE EDUCACIÓN INFANTIL "ALAS PARA EL FUTURO". A través de Human Gallery financiamos y coordinamos el proyecto de educación infantil Alas para el Futuro . Gracias a la venta de las fotografías expuestas en la galería de Battambang , además de la venta de éstas a través de esta web , cubrimos la escolarización a un grupo de niñas y niñas de primaria de la Comunidad de Banan en la provincia de Battambang , Camboya . Hay diferentes opciones para apoyar el proyecto de educación infantil : Compra de fotografías directamente en Human Gallery o a través de esta web, además de las donaciones online y en la propia galería . También puedes enviarnos material escolar para los niños y niñas de primaria. La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!







